¿Qué hacen los diseñadores cuando diseñan?
Por Raúl Belluccia.
La pregunta ¿qué es el diseño? parece no saldarse nunca y siempre
vuelve, como los cargos de conciencia, cada vez que el pensamiento le
deja un espacio.
Persiste una especie de intranquilidad, de angustia, de
insatisfacción espiritual cuando muchos diseñadores tienen que
categorizar su propia labor; pareciera que la descripción objetiva de la
tarea de diseñar no es suficiente, entonces le adosan a la esencia de
esta actividad unos difusos fines éticos, unos compromisos sociales
nunca definidos, o incluso unas funciones artísticas que “el diseño” y
“los diseñadores” tendrían en su misma estructura genética.
(Para tranquilidad laboral de los propios diseñadores este no es un problema de los que contratan diseño).
Para empezar: la realidad
La definición de una tarea socialmente extendida hay que extraerla de
la realidad y no de los deseos. Así, básicamente, el “diseño” es lo que
hacen “los diseñadores” cuando “diseñan”.
Si el pensamiento, en un esfuerzo por entender la realidad sin
confundirla con sus sentimientos o deseos, observa la gente que trabaja,
podrá verificar que hay una buena cantidad de individuos, sobre todo en
las grandes ciudades, que llamándose a sí mismos “diseñadores” se ganan
la vida “diseñando” cosas que otros les encargan, casi siempre a cambio
de dinero, y que estos otros también llaman a aquéllos “los
diseñadores”.
Con este dato ya se puede afirmar que la tarea de los diseñadores
presenta un grado de singularidad y permanencia en el tiempo suficientes
como para tener una denominación propia; y tanto la actividad como
quiénes la ejercen han merecido que el lenguaje los incorpore a su
léxico normal con unas palabras distintivas: “el diseño”/“los
diseñadores”.
También se observa que dentro del conjunto de “los diseñadores” hay
individuos de ideas políticas variadas y de condiciones económicas y
religiosas muy diferentes, pero esas diferencias no alteran su carácter:
todos son diseñadores y como tales los reconoce el resto.
Puede decirse entonces que ni el diseño ni quiénes lo brindan
constituyen un fenómeno marginal o efímero, sino que están integrados
perfectamente en ámbitos muy extendidos de la vida social.
Pero la distancia que nos permite ver esto es aún demasiado grande
para seguir comprendiendo, y debemos acercarnos más para saber por
ejemplo ¿en qué consiste y para qué sirve el diseñar? o ¿a qué se
dedican los diseñadores?.
Aproximándonos a la realidad se advierte que no todos los diseñadores
hacen lo mismo y que, bajo el paraguas común del “diseño”, se cobijan
profesionales con idoneidades de tal diversidad que sus prestaciones no
son intercambiables. Ejemplo: un diseñador de ropa es incapaz de diseñar
un periódico.
Por eso es que todos los diseñadores, en su tarjeta de presentación,
agregan la correspondiente aclaración sobre su especialidad: gráfico,
industrial, de moda, de interiores, etc.
Cada una de las grandes familias del diseño tiene un ámbito o espacio
laboral propio: la comunicación visual, la producción de artefactos, el
habitat, la persuasión comercial, la vestimenta, etc.
Pero dentro de cada familia existen ya especialidades muy separadas
cuyos aspectos en común se reducen al mínimo frente a las diferencias.
Si difícilmente un arquitecto especializado en espacios interiores puede
pasar, con capacidad similar, a diseñar rascacielos, ¿qué grado de
parentesco quedará entonces entre un diseñador industrial dedicado a la
ortopedia, un diseñador de indumentaria especializado en trajes para
óperas y un diseñador gráfico de páginas web?
Cómo llegar a la definición del diseño
Determinar qué hay de común en la actividad de todos los que trabajan
y son reconocidos socialmente como “diseñadores” implica toparse con la
definición del diseño.
La definición del “diseño” provendrá de contestar la simple pregunta:
¿en qué se parecen todos los tipos de diseñadores cuando diseñan? De la
misma manera que la definición de “felino” reúne los aspectos
compartidos entre un gatito de angora y un león.
Las grandes divergencias
Las primeras miradas sobre el tema sólo advierten diferencias y
resulta difícil encontrar aspectos en común y reiteraciones en un
paisaje tan variado.
Porque una definición del diseñar real no puede basarse:
• Ni en el tipo de producto final: pues se diseñan desde mensajes hasta máquinas herramientas y desde ropa interior hasta quirófanos.
• Ni en la finalidad social: ya que tanto se diseña
un periódico anarquista como uno conservador; desde automóviles
contaminantes hasta envases ecológicamente correctos; desde ropa
sofisticada hasta sillas ortopédicas; desde viviendas populares hasta
mansiones fastuosas; etc.
• Ni en el tipo de comitente: porque se diseña para
el estado como para la empresa privada; para las petroleras como para
los grupos ambientalistas; para una multinacional como para una pequeña
cooperativa regional .
• Ni en el proceso decisorio: la simple observación
del trabajo de los diseñadores hace patente la imposibilidad de
describir un método común que garantice soluciones adecuadas.
La pequeña coincidencia
Sin embargo algo hay en común en todos ellos, si se observa bien
podrá verificarse que allí donde cualquier diseñador trabaja (es decir,
diseña) algún producto está siendo planificado antes de su elaboración
definitiva, sea este producto un fusil, una silla, una casa, un abrigo,
un aviso, un logotipo o un reloj.
Si con una suerte de panóptico pudiese verse en simultáneo a todos
los diseñadores del mundo en sus mesas de trabajo, se advertiría que
todos están en algún punto de un proceso que tiene como objetivo definir
las características finales de un producto, anticipadamente a su
producción y distribución; así sea un afiche o un zapato.
El carácter industrial del diseñar
En nuestra sociedad la mayoría de los artefactos que consumimos y usamos revisten el carácter de “producto industrial”.
Ya se trate de un folleto para un sindicato revolucionario, de un
cartel para la ópera estatal, de la construcción y equipamiento de la
cadena de sucursales de un banco o de un aparato de radio, estos
artefactos son industriales porque: sus características materiales y
simbólicas, sus funciones, sus modos de producción, su número de
ejemplares a producir, sus fines (económicos, culturales, políticos,
sociales, etc.), su distribución, sus situaciones y condiciones de
compra y uso, sus precios y costos, su publicidad, su tiempo de vida
útil, su grado de novedad, y su oportunidad de lanzamiento están
determinados y planificados de antemano con la mayor precisión posible.
Es decir, participan del modo industrial de producción y distribución,
alejado definitivamente del tipo artesanal de generación de objetos.
Es cierto también que hay formas de producción, servicio y
comercialización que hoy en día existen y que no pueden llamarse
industriales, sino de manera muy indirecta (pequeños negocios atendidos
por sus dueños, artesanos y técnicos que trabajan de manera personal,
ciertos profesionales, etc.).
El verdulero de barrio que abastece a unas decenas de vecinos con los
productos que trae del mercado no necesita diseño, y hacerle un
“logotipo diseñado” sería absolutamente superfluo pues implicaría
dotarlo de unos signos ajenos a su necesidad e identidad.
En el caso de que esa verdulería necesitara un letrero
identificador, el letrero deberá pintarlo el propio verdulero o el
letrista de la zona, que con su viejo oficio le dibujará unas letras
absolutamente armónicas con el negocio y su escala.
Ahora, si este verdulero por algún azar del destino consigue recursos
para poner una cadena de verdulerías que abastezca a miles de
compradores en la ciudad y proyecte instalarla luego en todo el país, de
manera urgente deberá recurrir al diseño pues ya cualquier nombre no
será bueno, ni cualquier logotipo, ni cualquier color identificador, ni
cualquier campaña publicitaria, ni cualquier decoración interna del
local, ni……
A nuestro amigo le ha surgido un problema típicamente industrial y
necesita, obligadamente, planificar los aspectos concretos,
comunicacionales y simbólicos de su negocio.
Todo producto industrial (y para el caso es lo mismo la comunicación
pública de un museo que la arquitectura para una cadena de comidas
rápidas) es el resultado de una serie de decisiones sobredeterminadas
por el contexto, donde cada eslabón carece de independencia absoluta y
su autonomía siempre es relativa. Y el diseño es uno de esos eslabones
productivos.
La definición estricta
El diseño es un servicio a terceros cuya especialidad consiste en
determinar, anticipadamente a su realización, las características
finales de un artefacto y su modo de producción, para que cumpla con una
serie de requisitos definidos de antemano: funcionales, formales,
estéticos, simbólicos, informativos, identificadores, materiales,
ergonómicos, persuasivos, económicos, etc.
Así, entonces, tanto se diseña una marca, una bicicleta o una campaña publicitaria.
Y en la definición del acto de diseñar no es posible avanzar mucho
más allá, porque todo avance implicaría salirse de lo común del diseñar
para entrar en lo específico de cada rama o familia.
Dicho de otro modo: entre un diseñador de tapas de libros para niños y
un diseñador de armas de fuego (salvo lo común recogido por la
definición enunciada arriba y que los incluye) todas son diferencias.
Son distintas las técnicas aplicadas, las funciones del producto
diseñado, las habilidades y los conocimientos necesarios para
resolverlo, la forma de presentación de prototipos o bocetos, el tipo de
cliente, los fines sociales, el carácter o clase de la creatividad
aplicable, los aspectos materiales, simbólicos y estilísticos del
producto final, los honorarios, etc. Sin embargo los dos diseñan.
Es evidente que para realizar su trabajo cada tipo de diseñador debe
poseer un particular y muy diferente recorte de conocimientos, y una
capacidad creativa adecuada a su especialidad.
En el proyecto de un nueva cámara de fotos, seguramente intervendrán
-entre otros- el ingeniero electrónico, el óptico, el fotógrafo
experto, el diseñador industrial, el diseñador gráfico y el
publicitario, cada uno en su área de pertinencia; y aunque cada uno
diseñe cosas tan distintas como los circuitos y mecanismos, la forma
material externa, las funciones y secuencias, el envase, el logotipo y
las campañas de avisos, si al fenómeno se lo mira desde un punto de
vista más general todos brindan un mismo servicio insoslayable en el
actual esquema productivo de la sociedad: la planificación anticipada y
completa de un producto o un aspecto de él.
Como se ve, la definición del trabajo de los diseñadores se parece
bastante a lo que hacen “los ingenieros”. Si alguna diferencia puede
establecerse hoy entre ambos es la importancia que revisten los aspectos
simbólicos, estéticos, persuasivos y comunicacionales en la tarea de
“los diseñadores”.
Inciso final
Sin embargo esta definición basada en la evidencia cotidiana resulta
insatisfactoria y muchos insisten en definir el diseño en función de sus
deseos y no de la realidad.
Los fines del trabajo lo fija el cliente, que siempre es externo al
diseñador (aunque excepcionalmente puedan coincidir en una misma
persona, las dos tareas -encargar y diseñar- son esencialmente
distintas) . Es el cliente quien tiene objetivos propios, y esos fines
pueden ser el consumo, la guerra o la huelga general.
La tarea del diseñador, cuando acepta un trabajo, es brindar sus
servicios con la mayor eficacia profesional posible para satisfacer a
quien se lo encarga. Y si no está dispuesto a ello tiene la alternativa de rechazar el pedido.
También debe decirse que el hecho de aceptar una encomienda de
trabajo no obliga al prestador a identificarse con los fines de su
empleador.
El perfil del diseño en una sociedad está muy condicionado por el
perfil de quiénes lo demandan. Determinar qué se diseña, para qué se
diseña, qué contenidos transmiten los objetos que se diseñan no es
responsabilidad de los diseñadores.
Esta determinación externa de los objetivos de los oficios y
profesiones no es solamente un problema de los diseñadores. ¿O acaso
debe culparse a los médicos por el estado de la salud pública, o a los
maestros por el analfabetismo, o a los ingenieros viales por el
mantenimiento de los puentes y caminos? ¿Acaso el déficit de viviendas
es atribuible a la falta de sensibilidad social de los arquitectos? Son
otras las trabas.
Para que un diseñador intervenga en la planificación de productos
para el bien común es necesaria una condición previa: la existencia de
algún agente social cuya finalidad sea el bien común (y que además
necesite diseño para lograr sus objetivos).
Sin demandas externas el diseño pierde toda razón de ser, pues carece de plataforma propia.
Este simple enunciado se comprueba empíricamente: todo diseñador sabe
que para poder comer (y diseñar) necesita conseguir clientes y/o
empleadores que lo contraten a sueldo fijo.
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